Un mensaje desde el corazón
A todos los que llevamos en el alma el peso de nuestra Cuba: a quienes, con coraje inquebrantable, enfrentan cada día las adversidades dentro de la isla, y a quienes, con el corazón lleno de nostalgia, hemos tenido que forjar en el exilio el futuro que nos fue arrebatado en nuestra patria. Este mensaje es también para quienes no han enfrentado la impotencia del silencio, en una tierra donde soñar con un futuro más libre se apaga como una ilusión antes de nacer.
Los invito a imaginar una Cuba diferente, con una historia que desafíe la narrativa opresora del régimen. Cierren los ojos e imaginen una Cuba donde el miedo no sea el lenguaje cotidiano, donde las palabras fluyan sin restricciones y los niños no crezcan queriendo llevarse sus sueños en una maleta. Veamos un país donde nuestras familias no estén separadas por el mar o el exilio, donde las personas vuelvan a confiar los uno en los otros, sin la creencia limitante «aquí nadie sabe quién es nadie»
Este ejercicio de imaginación no es solo un sueño: es una semilla de cambio. Todo gran cambio comienza con la capacidad de visualizarlo. Al imaginar juntos, estamos dando el primer paso hacia la libertad. Porque una Cuba libre no es solo una esperanza; es un futuro que podemos construir.
El trauma generacional: una herida que trasciende fronteras
La represión en Cuba no es solo una maquinaria política; es una máquina diseñada para destrozar almas. Durante décadas, el régimen ha cultivado el miedo y la desconfianza, transformándolos en un legado que afecta tanto a quienes están dentro como fuera de la isla. Este fenómeno es lo que llamamos trauma generacional, un peso invisible que sentimos incluso a miles de kilómetros de distancia.
El trauma generacional es como un sistema invisible que te atrapa, una red que sientes, pero no ves. Es la desconfianza constante entre vecinos, la autocensura por miedo a represalias y la lucha por construir relaciones genuinas en un entorno de vigilancia constante. Así creció cada niña y cada niño, dando por hecho, que las palabras pueden ser armas contra ti, y que incluso en el hogar, los muros escuchan. Esa ha sido la herramienta más macabra del sistema para dividirnos y someternos. Pero aquí está la paradoja: lo que ellos usan para controlarte puede ser tu mayor arma. Si decides que no les perteneces, transformas esa desconfianza en una chispa de rebelión.
La resiliencia como acto de resistencia
A pesar del trauma y la opresión, los cubanos somos un pueblo resiliente. Hemos encontrado formas de resistir en comunidad, desafiando silenciosamente al régimen. La resiliencia comunitaria es un arma poderosa: el acto de sobrevivir con dignidad.
Esta resistencia no siempre es visible, pero está presente en gestos cotidianos que desafían directamente al sistema. Cada persona que saca su celular para grabar un acto de injusticia y lo comparte en redes sociales está rompiendo la narrativa del régimen. Es también la vecina que comparte recetas para enfrentar la escasez, el vecino que ayuda sin esperar nada a cambio, o los exiliados que, desde distintos rincones del mundo, denuncian las atrocidades del régimen. Cada madre que decide no mandar a su hijo a la escuela sin desayunar cuestiona la estructura que perpetúa el hambre. Cada cubano que se niega a participar en un acto político obligatorio está desafiando el control que intenta imponer el poder. Cada acto de solidaridad, por pequeño que sea, es una declaración de que no seremos silenciados. Estos actos, aunque individuales, son grietas en un sistema diseñado para reprimirnos. Cada uno de ellos demuestra que el poder también tiene su propia trampa: el mismo control que intenta ejercer también expone su vulnerabilidad cuando la gente decide «que ya vasta».
El arte también ha sido un refugio y una trinchera de resistencia. Canciones como “Patria y Vida” de Yotuel Romero han dado esperanza a millones, mientras figuras como Celia Cruz y Willy Chirino han simbolizado, a través de su música, la alegría indestructible de un pueblo que no renuncia a su esencia, escritores como el holguinero Guillermo Cabrera Infante, también desde el exilio han denunciado con valentía las mentiras de la revolución, mostrando que la cultura puede ser más poderosa que cualquier arma. Y como ellos, muchos más: músicos, poetas, cineastas y artistas anónimos que, con sus gestos, han mantenido viva la resistencia cultural y alimentado la esperanza de un futuro libre.
Las cicatrices del alma: Reconocer para sanar
El trauma colectivo no solo afecta al presente, sino que deja cicatrices profundas en nuestra psique. La ansiedad, la depresión y el agotamiento emocional son parte del costo de esta lucha. Pero reconocer este dolor es el primer paso hacia la sanación.
Sanar requiere recordar y honrar a quienes han luchado antes que nosotros. Figuras como Pedro Luis Boitel, Huber Matos, Eloy Gutiérrez Menoyo, Oswaldo Payá y muchísimos más, no son solo mártires, son símbolos de lo que podemos lograr cuando dejamos de tener miedo. Su legado es un recordatorio de que nuestra lucha no es solo política; es profundamente humana.
Desde la psicología de la liberación, sanar también implica reconstruir el sentido de comunidad, aunque sea de manera discreta y estratégica. Aprovechemos reuniones informales, conexiones virtuales y redes de confianza para compartir nuestras historias, siempre teniendo en cuenta la seguridad. La narrativa del dolor compartido puede convertirse en una narrativa de esperanza y acción colectiva, incluso bajo la vigilancia constante.
Además, es esencial reconectar con nuestras raíces culturales y espirituales. Actividades como el arte, la música y la escritura no solo alivian el dolor emocional, sino que también nos devuelven nuestra humanidad robada. Cada canción entonada, cada poema escrito, es un acto de resistencia contra el olvido y la desesperanza.
Hoy los insto a que transformemos el trauma en acción. Sin exponer nuestras vidas innecesariamente, busquemos formas de apoyar y solidarizarnos. El perdón puede esperar a que la justicia llegue; mientras tanto, enfoquémonos en la resistencia activa: compartir información veraz, fortalecer nuestras redes dentro y fuera de la isla, y proteger a los más vulnerables. Cada acto de apoyo, cada gesto de ayuda a quienes resisten desde dentro, es una pieza clave para nuestra sanación colectiva y un paso hacia la liberación.
Finalmente, la sanación también pasa por visualizar un futuro más libre. Practiquemos ejercicios de meditación y visualización donde podamos imaginar a Cuba liberada, nuestras familias reunidas, y nuestras voces alzándose juntas sin miedo. Porque cada pensamiento positivo y cada acción concreta nos acerca a la libertad que tanto anhelamos.
El compromiso de construir una Cuba libre
El trauma que arrastramos no define nuestro destino. Es una herida que puede transformarse en fortaleza. Sanar será un proceso lento, pero cada acto de resistencia y cada paso hacia la libertad nos acerca más a la Cuba que soñamos. Cuando un régimen teme más a un poeta que a un general, sabemos que estamos ganando.
Así como comenzamos este viaje imaginando una Cuba libre, terminemos reafirmando nuestra promesa de construirla juntos. Cada pensamiento esperanzador, cada acto de solidaridad, es un ladrillo más en el camino hacia nuestra libertad. Cuba será libre, porque seguimos soñando y actuando para que ese sueño se haga realidad.
¡Nuestro día ya viene llegando!
¡Patria Vida y Libertad!